«Los iPhones vienen y van»

A las 8:12 am en frente de la oficina, en plena carrera 13 con calle 96, de la nada me raparon el iphone y se volaron en una moto con las placas tapadas, finalmente, luego de 9 años de vivir en Bogotá puedo decir a ciencia cierta que esta ciudad es una mierda…

Sí, me robaron en el mismísimo lugar donde desfilan innumerables celebridades del Jet Set criollo, casi en frente de Gaira, donde permanece Carlos Vives y su combo; al lado de Cactus, ese restaurante tradicional que se precia de preparar una de las más exquisitas hamburguesas del país; en el mismo lugar donde estaciona el general Naranjo con su comitiva de camionetas y motos de la policía nacional, el mismo lugar donde estacionan carros cuyo costo supera los ochenta millones de pesos en promedio, el mismo lugar por el que cada hora hace ronda una patrulla de la policía, el mismo lugar por dónde cruza Hernán Zajar, un lugar de mierda.

 
Sí, me robaron, a mí, un arquitecto que tiene pinta de todo menos de arquitecto, mal vestido y fresco, al mismo que confunden con el que vende minutos y con el que maneja el parqueadero, que prefiere no utilizar reloj para que no se lo roben, que hacía lo posible por no utilizar su teléfono en la calle mucho antes de que Petro lo sugiriera, un tipo que lo único que cargaba de carácter «robable» era el teléfono celular, y voilà, se lo robaron.
 
Debo confesar que me sentí robado con el robo (valga la redundancia), fue un robo sofisticado, sin sangre, ni policía, ni escándalo; me robó un personaje por lejos mejor vestido que yo, con chaqueta de cuero y al mejor estilo de película, mientras el personaje me «rapaba» el teléfono por la espalda su compinche motorizado lo esperaba, estuve a 2cm de agarrarlo del cuello de la chaqueta, pero no, pegó un saltico, se medio montó en la moto andando y adiós, entonces viendo que mi iPhone5 se largaba con el primer hampón que le coqueteó sólo se me ocurrió estrellar mi paraguas contra el piso, gritar un corajudo y rábico «hijueputa», y pensar «hijueputa, ahí va un millón de pesos que sudé trabajando».
 
Podría hacer pataleta, culpar a Petro, alegar que mi insignificante robo es producto de dejar la ciudad en manos de la izquierda, retomar aquel pensamiento hostil y fascista de luchar por una limpieza social en la ciudad al mejor estilo Mano Negra, pero no, hace seis meses le metí un millón de pesos a un teléfono celular y esto era apenas uno de los riesgos que corría, y sí, fue bonito mientras duró.

Siervo Figueroa

Al parecer arquitecto.