Todo comenzó por el fin

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“Las generaciones se las inventan los libros…o las películas”
-Sandro Romero

No recuerdo el momento de mi vida en que supe de la existencia de Luis Ospina, si recuerdo en cambio, cuando él supo de la mía. 

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Cuando tenía 22 años (hace escasos 4) el cine parecía la profesión menos rentable, la más lejana posibilidad, el peor de los escenarios en Colombia para una estudiante próxima a graduarse de Comunicación y lenguajes Audiovisuales. Para convertirme en egresada de la universidad era menester hacer una práctica profesional empresarial o una tesis, la cual, según testimonios de alumnos mayores que llevaban dos semestres en el desarrollo de esta, contaba con poco apoyo y supervisión de parte de la facultad, convirtiendo la experiencia de crear un cortometraje (o guión) en algo más difícil y frustrante de lo que realmente es. 

Finalmente, me conformé con realizar la práctica en una empresa local, dueña de un restaurante que necesitaba un par de videos corporativos. La realización de esos videos no fue problema, la incertidumbre creció fue cuando ya no tenía en mis manos una labor audiovisual, o ninguna labor en general, si vamos a ser honestos. 

Veía en mi calendario 4 meses que me faltaban para terminar el contrato con esa empresa como el periodo de tiempo más dilatado que podía experimentar, horarios laborales de 7am a 5pm haciendo NADA. 

En mis manos estuvo coger las riendas del futuro, que definitivamente no era en ese estrecho cubículo, sin mirar al exterior, sin ver las nubes, sin sentir el sol.

Comencé a nutrirme de lo que el internet y mi computador portátil ofrecían, películas enteras en youtube desde Jean LucGodard hasta el mismo Cine Colombiano que no pude disfrutar en cartelera ya sea por falta de oferta o desconocimiento, el cual, según la Jefe de Programa “seguía sin dar plata”. Vi “Chocó”, “La Sirga”, “Los viajes del viento” y otras joyas de esta nueva ola del cine nacional. También sintonicé streamings de las conferencias del Festival de Cine Colombiano de Medellín, que para ese año se especializaba en dirección de arte. 

Ya no era suficiente lo que la pantalla me ofrecía, tenía que ir a las conferencias y encuentros académicos y proyecciones de cine colombiano donde vi pelis como “Silencio en el Paraíso” “La toma” e “Impunidad”, sentía una efervescencia en el cine que no había sentido en mis años de universidad, algo de lo que yo quería hacer parte

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Una de esas conferencias a las que asistí era dictada por Luis Ospina, de él ya conocía “Un tigre de papel” y “Soplo de vida”, además de ciertas referencias personales de mis amigas caleñas quienes lo conocían y trabajaban con él.  Su humor nihilista, su apoyo a la piratería (creativecommons)  y sus anécdotas con el grupo de Cali son lo que más recuerdo de ese día, pero lo más productivo fue cuando el director se acercó a mi y me saludó como si  nos conociéramos de años atrás. Al otro día me devoré por completo su portal web www.luisospina.comdonde conocí obras que han marcado mi amor por el documental, “Nuestra Película” y “La desazón suprema”. 

Al terminar esa experiencia laboral no tenía dudas de que mi vida era el cine, y no las oficinas con cubículos miniatura. Viajé a Bogotá después de mi graduación universitaria para continuar los estudios en dirección de cine en la Escuela Nacional de Cine de Colombia. 

Mis primeros profesores de dirección fueron Jacques Toulemonde (Anna, El Abrazo de la Serpiente), Alfonso Acosta (El Resquicio) y Rubén Mendoza (La sociedad del Semáforo, Tierra en la lengua y Memorias del Calavero) en algún receso de la clase, Rubén invitó a Luis Ospina a tomarse un café en “María Gourmet” la cafetería del frente de la escuela a la que todos íbamos. Por segunda vez, Luis Ospina me reconoció, ahora no solo por ser la amiga de Angelita sino también por haber asistido a su charla en Medellín y para su sorpresa, ahora una alumna de Rubén.  

La próxima vez que lo vi hablar en público, fue en otro de los momentos que marcan mi vida cinematográfica, la primera vez que asistí al Festival Internacional de Cine de Cartagena, donde se llevó a cabo un evento académico dedicado al relevo generacional de cineastas de Cali, como invitados especiales estaban Luis Ospina y Oscar Ruiz Navia (El Vuelco del Cangrejo, Solecito, Los Hongos).  En ese momento no tenía idea que Oscar Ruiz, más conocido por sus allegados como papeto, sería mi asesor de tesis y una de las personas que más cree en mi en este momento. 

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 El poder asistir a la función de prensa de “Todo comenzó por el fin”, la más reciente película de Luis Ospina, me dio la oportunidad de pensar en varias cosas. 

La primera fue la reflexión en torno a la muerte, el miedo o no a ella, su significado, su proximidad o lejanía, su impacto, su forma y mi manera de relacionarme con ella. 

El suicidio sigue siendo una opción, una posibilidad que ronda a la vuelta de la esquina, como dice Luis, “Los que no fuimos capaces de suicidarnos, decidimos matarnos a largo plazo” esto en el país del sagrado corazón, donde hay marchas en contra del aborto, pero a favor de la pena de muerte, se me hace bastante político, no escogimos nacer pero si podemos escoger cómo y cuando irnos. 

El segundo pensamiento, que se desprendió de este primero, fue el de un paralelo entre esa generación caleña de los setentas  y la actual, el afán de vivir al máximo los placeres y los desamores, las noches de rumba en una acera, los viajes con ácido al entrar a teatro (entre otras obras “Angelitos Empantanados” en el Matacandelas, inspirada en “Angelita y Miguel Ángel” de Andrés Caicedo),  y las proyecciones de clásicos en “El café Otra Parte” a las que íbamos a escapar del sol o la lluvia. Es evidente que en 40 años, las formas de evadir ese mundo que se derrumba, son las mismas. De ahí parte la identificación que muchos sienten con el grupo de Cali, pero se quedan cortos, pocos son (somos, espero, aspiro) los que además canalizan ese deseo autodestructivo en algo creativo y que queda en el tiempo, como lo son las obras de Ospina,  Mayolo y Caicedo.  Hay que tener en cuenta que el contexto no ha cambiado, el país sigue siendo frívolo y diseñado para el futbol y el reggaeton. El cine es el culto con el cual rompemos el circulo vicioso. 

Agradezco a esta película además por mostrarme facetas de Carlos Mayolo que no conocía, que no tenía como conocer hasta ahora, y con las cuales me identifico profundamente, como lo son su ternura, su amor por las mujeres y sus ganas de filmarlo todo. 

El tercer pensamiento que rondó mi mente, más fuerte todavía, fue el de las generaciones en el cine colombiano. Cuántos maestros locales tuvieron los del grupo de Cali a la mano para crear sus obras,  para aclarar sus dudas, para inspirarse? Pocos. Ahora, siendo ellos maestros de mis maestros, puedo decir que por fin hago parte de eso que veía como un inalcanzable. Hasta me puedo imaginar, en el futuro los documentales que como “Todo Comenzó por el Fin” muestren a los pupilos del cine cómo se gestaban los grupos que hoy nos sentamos a discutir ideas de guión, referentes de fotografía,  directores influyentes y películas inolvidables. No quiero pensar en el día en que Luis Ospina no esté con nosotros, pero puedo asegurar que mis alumnos sabrán de él, y de esta historia, y de cómo empecé a hacer cine. 

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Paula Rendón

Guionista y directora de cine. Columnista de la Revista Infinity Lab, definiendo su estilo en cada rodaje y reportaje.